Sociedad patológica


Pensaba hoy en la frase de Jiddu Krishnamurti: “No es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”, y en como ésta, para perpetuarse y legitimarse, califica a toda inadaptación social como patología.

Y es que la designación de algunas conductas o actitudes como patológicas está directamente relacionada con cada sociedad, y con lo que ésta considera como “normalidad”.

De esta forma se considera psicológicamente sana a la persona socialmente adaptada, es decir, a la que esta integrada y satisfecha con lo que el sistema social considera “normal”, encaja con las normas legales establecidas, y comparte los valores sociales existentes. Lo contrario, la reivindicación de la disconformidad con dichos valores, supone la consiguiente y temida estigmatización.

Así ocurre en aquellos sistemas cuyo funcionamiento requiere personas que se consideren libres, independientes de toda autoridad moral, pero predispuestos para asimilar todos los valores y creencias necesarios para encajar, esclavos al fin, pero con cadenas invisibles y apariencia de libertad.

La ausencia de valores éticos acerca a la sociedad a la injusticia, a la violencia, a no respetar el medio ambiente, a focalizar la mirada en uno mismo, al egoísmo, al consumismo desmesurado e irracional, y convierte al ser humano en un ser enajenado de sí mismo y de los demás, un ser que ha perdido su identidad como especie para convertirse en un pieza más del engranaje del sistema, un sistema que, a su vez, ha dejado de ser social para ser únicamente económico.

Porque cuando el sistema social parte de la premisa de que el bienestar personal deriva, exclusiva y fundamentalmente, del sistema económico, se altera el sistema de valores, y acaban aplicándose a las relaciones personales las reglas que rigen el intercambio de mercancías.

En consecuencia se desvalorizan los sentimientos solidarios, humanitarios, el sacrificio, el perdón, la tolerancia, la empatía..., y se sustituyen la implicación y el compromiso por la “inversión” únicamente en aquellas relaciones en las que concurren por un lado la seguridad de resultado en forma de ganancia individual, y por otro un coste reducido, a efectos de perder lo menos posible en caso de resultado adverso.

Se trata al amor como un bien de consumo más, que debe producir una satisfacción instantánea sin demasiado esfuerzo, con seguro frente a pérdidas y sustitución rápida en caso de desgaste.

Por ello el coste de la adaptación a una sociedad cuyos valores están basados en la acumulación de bienes, la imágen exterior, y la visión transaccional de cualquier relación personal, es la deshumanización, la desintegración del amor, la soledad, la desubicación y el vacío.

Y resulta preferible optar por dudar del estado de salud de la sociedad contemporánea,  considerar necesario el cambio de la conciencia global y darle la vuelta a la escala de valores, devaluando el poder, el dinero, el “tener”, y ensalzando la generosidad, la bondad, el “ser”, poniendo de manifiesto la necesidad de recuperar la idea de trascendencia del ser humano, aún a riesgo de ser etiquetado como inadaptado.

Feliz día

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