Dime de que presumes...

Pensaba hoy en el refrán “dime de que presumes y te diré de que careces”, usado para indicar que a una persona le falta, precisamente, aquello de lo que presume que le sobra, y en la razón de dicho comportamiento.

Y es que una cosa es que la vida en sociedad requiera de la aceptación de normas, legales y sociales, que permitan la pacífica convivencia, y otra que las conductas, pensamientos o actitudes, que en cada momento social son consideradas como dignas de elogio o en auge, sean tomadas como “lo correcto o bueno”, en lugar de simplemente como “lo normal o habitual”.

Porque esa simple traslación conceptual supone un paso psicológico que puede implicar sacrificar lo que se es, por lo que se quiere aparentarse ser, lo “correcto para algunos” por lo “correcto para uno mismo”, y “lo normal” por “lo natural”, llegándose a una falta de aceptación de la propia naturaleza, y a una actuación necesitada de simulación de lo que se es, o de lo que no se es, priorizándose la imagen proyectada a la coherencia o emociones internas.

Interpretar a un personaje del agrado de los demás, que enarbole la bandera de las virtudes socialmente ensalzadas, puede permitir la valoración ajena, pero implica vivir bajo una máscara que, en el mejor de los casos, no anulará la propia identidad.

Además y paradójicamente, las exhibiciones de fortalezas y los intentos de deslumbrar, hacen evidentes las carencias y las inseguridades, con lo que el objetivo pretendido se consigue únicamente ante quien es incapaz de traspasar la fachada.

Por eso conviene aceptarse a uno mismo, respetar los propios valores y principios, corriendo el riesgo de ser tachado de “diferente” por no aceptar, sin más, los parámetros impuestos que supongan una renuncia o rechazo a la propia personalidad.

Porque el primer respeto es el personal, y este está directamente relacionado con la libertad de ser auténtico en lugar de esclavo de una máscara social.

Feliz día.

Perfección y autoexigencia

Pensaba hoy en la búsqueda de la perfección y la autoexigencia, y en como esas actitudes esconden, tras una apariencia de eficacia y calidad, una permanente insatisfacción derivada de la falta de aceptación de uno mismo.

La exigencia, la constancia, el esfuerzo y el afán de superación, son necesarios para progresar, plantear retos y alcanzar nuevas metas, siempre que se desarrollen en el marco del conocimiento y la auto aceptación.

Porque la búsqueda de la perfección responde a la necesidad de obtener del exterior un reconocimiento positivo de la propia personalidad, que no puede obtenerse interiormente. 
Y ese sentimiento de imperfección interna, trata de corregirse mediante la identificación de lo que se es con lo que se hace.

Se desarrolla una gran autoexigencia que actúa de forma implacable, insaciable y continua, sobre cada una de las acciones que se emprenden y de los resultados que se obtienen, lo que conduce necesariamente a generar una sensación de frustración y vacío permanente, al residenciarse la valoración personal en factores externos imposibles de controlar totalmente.

Ningún resultado es considerado suficiente, no se logra satisfacer las expectativas, se focaliza el error, y se minimiza el éxito, se atenúa lo conseguido en aras de la obtención de lo que queda por alcanzar, se convierten los errores en fracasos personales, y se sustituye un sano hábito de superación por el mecanismo de la auto descalificación.

De ahí que sea necesario tomar conciencia de las sensaciones interiores que se producen ante la idea de emprender cualquier actividad, aceptando las propias fortalezas y debilidades, estableciendo límites razonables a la mejora, perdiendo el miedo a equivocarse, y  entendiendo el error no como un fracaso sino como fuente de aprendizaje

Porque no hay nada más absurdo e irracional que vincular el valor personal a la obtención de la perfección, sobretodo teniendo en cuenta que el concepto de lo que en cada caso es perfecto es subjetivo, y no generalizable.

Feliz día.

Los cambios

Pensaba hoy en como la asociación de las palabras cambio y crisis le confiere a esta última un sentido peyorativo.


Porque la palabra crisis significa etimológicamente, una situación que requiere la toma de decisiones para producir cambios o para adaptarse a ellos, y es la concepción que se tenga de estos, la que permitirá ver las situaciones de crisis como un problema o como una oportunidad.

Ante situaciones de cambio se experimentan estados de desorganización, incertidumbre, miedo e inquietud, que son la lógica consecuencia de la modificación de las circunstancias que ya se han convertido en rutina, y que no requieren de ningún esfuerzo de adaptación.

Si además la situación de cambio supone enfrentarse a injusticias o se realizan anticipaciones negativas de resultados, se generan emociones negativas que pueden desembocar en bloqueos, o en conductas de evitación o de falta de afrontamiento.

Por eso es realmente importante entender que los cambios son algo esencial y necesario, que permiten explorarse y explotarse a una mismo, que facilitan el aprendizaje, que temerlos es contraproducente, y que evitarlos es imposible.

Y sobretodo darles el sentido que permite dimensionarlos y que reside en su sutil vinculación con el ejercicio de la libertad personal.

Libertad para decidir cambiar o no, o libertad para decidir como afrontar un cambio impuesto por los acontecimientos.

Porque tanto es un ejercicio de libertad y de responsabilidad decidir si cambiar las circunstancias o mantenerse en ellas, como reaccionar frente a un cambio con resistencia, con victimización pasiva, o con una adaptación positiva.

Y es que no es lo mismo sentir miedo que estar en peligro, no confiar en los recursos que no disponer de ellos, ni que no exista la solución perfecta implica que no puedan hallarse soluciones aceptables.

Por ello ante una situación de incomodidad que requiera valorar la realización de cambios, o ante la modificación de una situación de forma independiente de nuestra voluntad, puede recurrirse a aquellas habilidades y fortalezas conocidas, pueden reconocerse otras nuevas, puede depositarse la atención en la posibilidad de aprendizaje, en la aceptación del margen de error, e incluso llegar a descubrirse la fortuna de no haber conseguido lo que se deseaba.

De manera que cuando el viento cambia de dirección, puede optarse por intentar mantener el viejo rumbo, agotando inútilmente la energía con la consiguiente frustración, o por ajustar las velas dirigiéndose a descubrir las posibilidades del nuevo destino. La diferencia la marca simplemente, la actitud, y la decisión es únicamente personal.

Feliz día.

El acoso moral


Pensaba hoy en como el acoso moral supone un abuso de poder que pone en realidad de manifiesto, la incapacidad para ejercerlo de los que lo detentan.

Porque acosar moralmente implica el uso excesivo, impropio, injusto e indebido del poder para mandar o dirigir.

Es un tipo de maltrato que se materializa, tanto en el ámbito personal como en el laboral, en comportamientos intencionados, sutiles y encubiertos, que en este último caso, están ejecutados desde una posición dominante, que permite tomar ciertas decisiones, y que van dirigidos, no a obtener la máxima eficacia en las tareas encomendadas, sino a desvalorizar, destruir la autoestima, y reducir la confianza personal de los subordinados.

En cualquier supuesto, los gritos, las difamaciones, las modificaciones de atribuciones o responsabilidades laborales, las tergiversaciones, y en definitiva la imposición continua y progresiva de la voluntad del acosador, tienen consecuencias en toda persona mentalmente sana.

La persona objeto de acoso experimenta múltiples sensaciones físicas y psicológicas, que motivan desde una actitud defensiva, que provoca nuevas agresiones y justifica las difamaciones, hasta la autoanulación, como única decisión ante una situación a la que no se encuentra salida.

Pero el peor aspecto del acoso moral reside en conseguir que la víctima asuma la culpabilidad de la situación, factor esencial si se considera el hecho de que el agresor no pretende destruirla, sino someterla, controlarla y anular su capacidad de defensa, de rebeldía, para compensar su necesidad narcisista de poder.

Por ello es esencial salir del círculo del abuso, negando toda justificación del maltrato, y reconociendo que se es objeto de los actos de una estructura mental enferma y agresora, precisamente por poseer las cualidades necesarias para motivar su deseo de dominación, su envidia, e incluso ser considerado un rival.

Hay que aprender a ver a las personas en su real dimensión, y entender que el abuso de poder es un medio para que el abusador se sienta mejor consigo mismo, que es una actitud independiente de la víctima, y de la que es mejor huir que enfrentarse para tratar de cambiar la situación.

Hay que identificar esas conductas intimidatorias, y generar fórmulas opuestas, que reafirmen la propia importancia, tomar distancia emocional del agresor y alejarlo paulatinamente.

Y hay que ser consciente de que el abuso de poder es un uso ilegítimo del mismo, es la principal fuente de maldad moral, porque colocarse a uno mismo en una posición en la que el beneficio o reconocimiento propio dependan del dañar, pisar, o explotar a otros, es la mayor muestra de corrupción ética. 

Porque el ejercicio del poder, para que no se torne abuso ni se ejerza con arbitrariedad, debe tomar en consideración siempre el punto de vista de aquellos sobre los que se ejerce.

Y porque tener poder no es imponer, sino saber ejercer la responsabilidad de actuar con justicia y ponderando las circunstancias para tomar las decisiones adecuadas, que siempre son aquellas que no vulneran derechos ni requieren de veladas amenazas para su ejecución.

Feliz día.

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