Dime de que presumes...

Pensaba hoy en el refrán “dime de que presumes y te diré de que careces”, usado para indicar que a una persona le falta, precisamente, aquello de lo que presume que le sobra, y en la razón de dicho comportamiento.

Y es que una cosa es que la vida en sociedad requiera de la aceptación de normas, legales y sociales, que permitan la pacífica convivencia, y otra que las conductas, pensamientos o actitudes, que en cada momento social son consideradas como dignas de elogio o en auge, sean tomadas como “lo correcto o bueno”, en lugar de simplemente como “lo normal o habitual”.

Porque esa simple traslación conceptual supone un paso psicológico que puede implicar sacrificar lo que se es, por lo que se quiere aparentarse ser, lo “correcto para algunos” por lo “correcto para uno mismo”, y “lo normal” por “lo natural”, llegándose a una falta de aceptación de la propia naturaleza, y a una actuación necesitada de simulación de lo que se es, o de lo que no se es, priorizándose la imagen proyectada a la coherencia o emociones internas.

Interpretar a un personaje del agrado de los demás, que enarbole la bandera de las virtudes socialmente ensalzadas, puede permitir la valoración ajena, pero implica vivir bajo una máscara que, en el mejor de los casos, no anulará la propia identidad.

Además y paradójicamente, las exhibiciones de fortalezas y los intentos de deslumbrar, hacen evidentes las carencias y las inseguridades, con lo que el objetivo pretendido se consigue únicamente ante quien es incapaz de traspasar la fachada.

Por eso conviene aceptarse a uno mismo, respetar los propios valores y principios, corriendo el riesgo de ser tachado de “diferente” por no aceptar, sin más, los parámetros impuestos que supongan una renuncia o rechazo a la propia personalidad.

Porque el primer respeto es el personal, y este está directamente relacionado con la libertad de ser auténtico en lugar de esclavo de una máscara social.

Feliz día.

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