Por qué pedir perdón?


Pensaba hoy en la reacción que tiene que producirse tras la producción de un daño, un dolor o una ofensa.

En este sentido conviene distinguir entre la disculpa y el perdón. 

En la primera el daño es producido de forma involuntaria, automática o por distracción, existiendo un derecho del autor a ser disculpado, a que se reconozca esa falta de intencionalidad sobre el resultado.

Por el contrario cuando la acción que produce el daño es voluntaria, el derecho es del lesionado a ser resarcido, a ser reparado, procediendo pedir perdón, con independencia de que este se conceda o no.

La petición de perdón permite al ofendido cancelar la deuda moral contraída con la ofensa, renunciar a la idea de venganza, a los sentimientos negativos hacia el ofensor, y limita la afectación de las relación entre ambos, abriendo la posibilidad de la reconciliación si así se desea, y del olvido, con el paso del tiempo.

De ahí la importancia de realizar el acto de petición del perdón del agraviado como medio de manifestar la voluntad de que la relación quede, en la medida de lo posible, como antes.

Y de ahí también que dicha petición tenga que reiterarse las veces que resulte necesario, ya que la concesión del perdón no elimina el dolor sufrido, y ante la reaparición de los sentimientos dolorosos procede la nueva manifestación del arrepentimiento.

Por otra parte no pedir perdón supone añadir un nuevo agravio al dolor causado, en la medida en que se antepone el orgullo, la vanidad o la indiferencia a la supervivencia de la relación y al bienestar del otro.

Pero la petición no puede ser un simple ritual, ni producirse de cualquier forma.

Lo primero porque una verdadera petición de perdón debe implicar arrepentimiento, voluntad de no reincidir en la acción o actitud lesiva.

Hay que realizar un análisis de los hechos y de sus efectos, empatizar con el sufrimiento o malestar que se ha causado, y existir un propósito de no reincidir estableciendo para ello las medidas adecuadas para el restablecimiento de la confianza.

Y lo segundo porque si bien existen múltiples formas de exteriorizar esa voluntad de ser perdonado, la apropiada será aquella que en cada caso resulte eficaz para la persona ofendida y no la que resulte más cómoda o menos gravosa para el ofensor.

Y es que pedir perdón no es humillarse y ni siquiera supone en todo caso el reconocimiento de un error, sino que significa que se valora antetodo, mantener la relación.

Feliz día.


Los sueños no pueden robarse


Pensaba hoy en esas relaciones sentimentales que al hallarse estrechamente vinculadas, al menos para una de las partes, a la realización de un sueño, presentan para ésta una ruptura especialmente dolorosa.

No se trata del típico proceso de enamoramiento, en el que ambas partes sienten una absoluta complacencia eufórica derivada de la perfección del otro, hasta que pasado un tiempo surge la lógica desidealización consecuencia de la “mágica” aparición de los defectos propios de todo ser humano.

Sino que en estos casos interviene por una parte la seducción, como forma de crear un auténtico cuento de hadas, y por otra, la predisposición a creerlo.

Una seducción que va más allá de la simple conquista, de la amabilidad y multiplicidad de detalles propios de la misma, y que se materializa tanto en actos encaminados a escuchar, detectar las creencias, los anhelos, las expectativas, y el ideal de relación de la persona elegida, como en la adopción de los comportamientos necesarios para el inicio de esa relación, creando una fuerte e íntima conexión emocional entre la persona que seduce y ese ideal soñado que el seductor representa.

De esta forma el sueño cobra vida a través de la aparición de su actor necesario, y cuando este desaparece de la escena se desencadenan una desolación desmesurada y un vacío traumático derivados, no de la simple ruptura de la relación sino de la violación del alma, de la creencia de que con el abandono se produce también el robo del propio sueño.

En estos casos permanecer anclado en el victimismo resulta tan irresponsable como ilógico.

Irresponsable porque se residencia en un tercero el cumplimiento de los propios sueños, olvidando que la realización de estos es cuestión personal e intransferible, y que es obligación propia el intentalo las veces que sea necesario con valentía, insistencia y asunción de errores, ya que es así como puede lograrse el éxito.

E ilógico porque el proyecto soñado no hubiera terminado, y menos con un abandono, de manera que la marcha del otro es claro indicativo de que se produjo un engaño o una confusión en la elección del protagonista.

En consecuencia, si el sueño permanece mientras no se renuncie personalmente a él, y lo perdido no tiene vinculación con lo deseado, siendo a lo sumo un espejismo que, como tal, no responde realmente a las expectativas, resulta que la ruptura es, precisamente, el elemento necesario para la realización del sueño.

Un sueño que, como todos, no puede robarse.

Feliz día

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