El daño ajeno

Pensaba hoy en el principio ético y/o moral general “no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti”, y su relación con la existencia o no de conciencia, definida como “el reconocimiento de aquello que está bien y que está mal”.

La aplicación de esta regla de oro, incluida incluso en de la Declaratoria de los Derechos Humanos, requiere por tanto de la existencia de una conciencia, o capacidad para distinguir el bien del mal, que se refleje en todos los actos personales de trato a los demás.

Y se trata de una regla que no admite excepciones legitimadoras de su vulneración, que permitan la causación de daño ajeno bajo excusas de no existencia de otra opción posible.

Porque únicamente no hay otra opción posible si se carece de conciencia.

Y es que cuando se busca la manera de pasar por encima de los derechos, sentimientos y valores de otra persona sin considerar, o peor aún después de considerar, el daño que se va a causar, se carece de conciencia.

Y cuando no se pueden validar en uno mismo los sentimientos o daños que pueden generarse en el otro con nuestra actuación, se carece de conciencia.

Y cuando se siembra discordia, desconsideración o falta de respeto ajeno, se carece de conciencia.

Y también cuando se causa un daño basado en excusas que buscan legitimar la conducta o el error cometido, se muestra una identidad inmadura e irresponsable, incapaz de asumir culpas y carente de conciencia.

Porque dicho en palabras del autor Francisco Gavilán “la excusa es un autoengaño, una especie de táctica para sobrevivir, para salvar la autoestima o la imagen que se proyecta hacia los demás”, usada por quien “opta por justificarse en lugar de asumir sus limitaciones en un momento dado, sus equivocaciones o su inconsistencia”.

Y es que frente a cualquier situación, una persona con conciencia asumirá la culpa, y antes de actuar con otra en la forma en que no le gustaría ser tratada, encontrará siempre una opción alternativa.

Feliz día.

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