El bien y el mal

Pensaba hoy en los conceptos de bien y de mal y como estos han sido tratados filosóficamente por Thomas Nagel, Friedrich Nietzsche o Maximilian Kolbe, en su teorización sobre la posibilidad de la existencia de conceptos universales.

Nagel trata de encontrar las razones objetivas e imparciales existentes en las que residenciar el bien y el mal de forma global, más allá de los propios intereses de las personas al actuar.

Por ello rechaza la explicación de las doctrinas que se basan en las leyes, y que asocian “lo malo” a aquellos actos que las infligen y premian aquellos que legalmente son correctos, ya que estas reglas simplemente recogen motivos sociales que pueden variar según el lugar o el momento histórico, por lo que es imposible encontrar en ellas una razón absoluta y aplicable en todos los contextos.

Asimismo considera que la voluntad divina remite el acatamiento del bien y el mal al temor o por amor a un Dios y a su versión de lo bueno y lo malo.

Tampoco encuentra fundamento en la explicación de que la acción o inhibición que se realice sea buena para el bienestar general y global de las personas, ni en la preocupación por los demás, ya que también en estos casos existe un concepto subjetivo variable según cada persona, su capacidad de empatizar, e incluso de actuar por motivos egoístas, por sentirse uno mismo bien o mal sin ayudar por una verdadera preocupación.

A través de su análisis de estas teorías, que se basan en explicaciones que, en última instancia, varían mucho según cada persona y dependen también del momento, de la sociedad, de la cultura, etc., concluye la inexistencia de una razón objetiva que fundamente los conceptos universales de bien y de mal.

Nietzsche, por su parte, basa sus conclusiones en el análisis y crítica a la religión y a Dios como parte de un mundo metafísico al que el hombre está sometido y que va más allá del mundo físico y empíricamente comprobable.

Entiende que Dios no existe porque forma parte del mundo de las ideas y estas no pueden comprobarse, que la religión determina los valores positivos y los negativos, obligando al hombre a aceptarlos como un esclavo, sin libertad, ya que sino obedece será pecador y culpable.

Y sostiene que si el hombre llega a entender eso, evolucionará y en lugar de aceptar la moral establecida será libre, convirtiéndose en un superhombre y asumiendo, con fortaleza, las consecuencias de sus decisiones conforme a sus propios valores sin tener que someterse, como un ser débil, a las definiciones eclesiásticas del bien y el mal.

Este superhombre, que parece un ser absoluto que se inventa sus propios valores y que no puede ser superado por nadie, podrá construir su propio destino, su propia virtud, más allá de una verdad universal que el no ha creado ni puede elegir seguir o no sin sentirse culpable. El superhombre tendrá que expulsar la idea de Dios y sustituirla por si mismo.

La posición de ambos filósofos hace depender la corrección de la conducta de una decisión ética o moral personal y subjetiva, derivando en una peligrosa relativización de la responsabilidad, que dependerá, en último extremo, de lo que cada uno considere correcto o no.

Kolbe, por el contrario, mantiene que la simple existencia humana no es decisión propia, y que los valores personales no son genéticos ni creados por la sociedad o la cultura sino que son inherentes a la naturaleza humana.

Fundamenta la universalidad de los conceptos de bien y de mal en el amor hacia uno mismo y hacia los demás, considerando que aunque se defendiera el bien frente al mal por amor a Dios, ello no implicaría carecer de esa creencia como inherente y propia.

Está actuación no comporta debilidad sino la misma fortaleza que Nietzsche atribuye al superhombre, porque ser libre no consiste en realizar la voluntad personal en cada momento, ser libre es diferenciar el bien y el mal, y exige mucha responsabilidad y fortaleza saber escoger el camino.

Escoger el camino del amor no es fácil porque siempre implica dar alguna cosa de uno mismo a los demás. Hacer el bien no puede ser nunca ir contra los demás o tener una actitud defensiva, eso es fácil, amar y sentir compasión es más complicado.

Frente a la pretendida responsabilidad legitimadora de actuaciones dañinas, frente a criterios subjetivos, me inclino más por la existencia de una razón moral o ética universal que obliga a cumplir con el bien y el mal.

Una razón que justifica el actuar correctamente más allá de que coincida o no con nuestros motivos, y que es considerar al otro como un igual, como otro yo, y, por tanto, al que puede aplicarse el concepto de bien y mal que se querría para uno mismo.

Tratar a todas las personas como si fueran uno mismo, con independencia de su parecido en cualquier aspecto, porque tras todo aquello con lo que nos identificamos, reside el “yo” que todos tenemos en común y que merece ser reconocido, es la razón, más allá de los gustos o las inclinaciones, que justifica hacer el bien o el mal.

Feliz día

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