La vida sigue


Pensaba hoy en que en general, son las relaciones de pareja y no sus integrantes, las que resultan buenas o malas, las que funcionan o no.

El miedo a la ruptura, a ser abandonado, es una condición humana, y esa sensación de desamparo y vulnerabilidad produce tanto pánico y ansiedad, que se realizará cualquier conducta para no sentirla, con independencia de que se pierda, por el camino, la dignidad, y de que además todo lo realizado consiga, a lo sumo, postergar el temido resultado.

Y todo se reduce a una simple cuestión de error en la percepción del amor, de la vida, de los efectos que el miedo provoca, y sobretodo,  de uno mismo.

Porque el amor existe más allá de que se tenga o no una relación afectiva, existe siempre que alguien ame, es un sentimiento interno y no externo, reside en el interior de cada persona. Y su dimensión, forma de exteriorización, intensidad, faceta romántica etc., dependen de cada uno, y no del destinatario, o del tipo de relación que se establezca.

Porque la vida no es un momento ni una etapa, sino una sucesión de estas, donde cada una tiene una finalidad y un sentido dentro de la visión vital global. Finalizada una relación, simplemente finaliza una etapa más, tan importante, y a la vez tan irrelevante, como las demás. Sólo una etapa más.

Porque el miedo no es más que una sensación muchas veces irracional, sin fundamento, surgida de pensamientos o creencias erróneas y que puede vencerse. Es un elemento que distorsiona la relación al residenciar toda la energía en su conservación, con independencia de que resulte o no gratificante, enriquecedor o dañino, mantenerse en la misma.

Y sobretodo porque la percepción de uno mismo como un ser con poca valía, dependiente, e incapaz de desenvolverse sin la ayuda del otro, genera el temor a la soledad, al abandono, y la permanencia en relaciones estériles, más por miedo que por amor.

Por eso es necesario entender que la ruptura no tiene nada que ver con la propia valía, ni constituye abandono porque nadie es abandonado cuando se tiene a si mismo.

Es necesario reconocer que la seguridad, el afecto, el apoyo, la protección o la compañía que se espera recibir de la pareja, es algo de lo que ya se dispone.

Es necesario no olvidar las propias capacidades y practicar la autonomía, como base de la autoconfianza, de manera que si llega el momento en que la pareja se disuelve, en que la etapa finaliza, pueda asumirse la ruptura y seguirse el día a día sin ese complemento, sin el dramatismo derivado de haber permitido o residenciado en el otro la responsabilidad de la propia vida, de manera que en su ausencia se sufra la desorientación, el abandono.

Sólo de esa manera puede mantenerse una relación sana, basada en el enriquecimiento y no en el temor a la soledad o la dependencia. Una relación acorde con los propios principios, no condicionada a requerimientos ajenos, y satisfactoria.

Sólo desde el respeto a uno mismo, desde la libertad y lejos del miedo, puede decidirse iniciar o no una andadura, continuarla e incluso finalizarla.

Porque la libertad es la base del amor.

Feliz día.

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