Pensaba hoy en lo que Bechara denominó “conflicto cerebral” y en como no siempre puede confundirse el recuerdo con un sentimiento afectivo.
Cuando una relación termina el cerebro continua enviando sensaciones corporales, imágenes y recuerdos, esporádicos e imprevisibles, que pueden dar lugar a considerar que aún perdura el afecto hacia la otra persona, cuando en realidad se trata simplemente, y una vez más, del funcionamiento de un circuito neurológico -la memoria- que nada tiene que ver con el amor.
La memoria es el proceso por el cual codificamos, almacenamos y recuperamos la información que necesitamos para las actividades de la vida diaria.
Y en la formación de la memoria a largo plazo intervienen de forma directa las emociones, que son neurológicamente detectadas, contribuyendo a la fijación definitiva de lo percibido al vincularlo a la emoción que lo acompaña.
Por eso lo que emociona, positiva o negativamente, no se olvida fácilmente, al retener el cerebro con más intensidad en la memoria aquellas situaciones a las que acompaña una emoción.
Cuanto mayor sea la cantidad o calidad de emociones que nuestro cerebro grabó en esa situación de afecto, mayor será el número de recuerdos -olores, sonidos, pensamientos, imágenes- que éste generará, de manera continuada e involuntaria, en forma de descargas emocionales.
Es por ello que resulta trascendente no confundir un recuerdo involuntario, consecuencia de la grabación cerebral de un momento emocional, con el verdadero amor.
Y por lo mismo, con el transcurso del tiempo se produce lo denominado “down regulation”, disminuyendo la intensidad de las conexiones cerebrales hasta llegar el olvido.
Feliz día.
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