Es un proceso donde convergen dos factores: uno previo de carácter cognitivo o mental, y otro posterior de carácter afectivo, como reacción frente a esa constatación.
La mayor dificultad radica en el aspecto mental, porque al entablar una relación, se produce una aplicación de la idea personal preconcebida, y considerada válida, de cómo debe ser el otro y cómo debe comportarse.
Y esto es fuente de conflictos, puesto que cada persona dispone de sus propios criterios y conceptos, no extrapolables ni imponibles, por cuanto su validez queda reducida a uno mismo.
Aceptar al otro como es, implica aceptar con humildad que las personas y las cosas no pueden ser, ni tienen que hacerse únicamente bajo los propios parámetros, sino que hay encontrar marcos comunes de actuación, y respetar la personalidad ajena, de la misma forma en que se pretende ser respetado.
Y esto permite generar la reacción de acogimiento afectivo del otro, tratándolo y dejándolo ser, en la forma en que necesite, sin exigirle el cumplimiento de expectativas, ni considerar gravosa esa aceptación, sino teniendo presente los aspectos positivos, implícitos y derivados, de la misma.
Porque aceptar al otro es un indicador del valor que se confiere, tanto a esa persona, como al vínculo existente.
Porque aceptar al otro permite positivizar lo negativo, es decir, reflexionar sobre qué aspectos positivos contiene esa conducta o rasgo que es aceptado, qué puede aprenderse, y qué incorporarse como mejora personal.
Y porque aceptar y ser aceptado es una fuente de crecimiento, y la base del establecimiento de relaciones trascendentes.
Feliz día.