La inocencia


Pensaba hoy en la inocencia, ese estado de candor y sencillez, esa alma limpia de culpa por falta de intencionalidad, ese actuar con pureza, con ausencia de malicia, ese comportamiento noble propio de la infancia, y consustancial, a su vez, a la madurez.

Y es que la palabra inocencia está erróneamente asociada a la etapa infantil, en cuanto se considera como un rasgo de personalidad, caracterizado por una idealización de las relaciones interpersonales, por un exceso de confianza en los valores humanos de justicia y bondad, por una incondicionalidad en la actuación, y por una incapacidad para detectar las malas intenciones ajenas, debido a la transparencia en la forma de percibir la vida.

Un rasgo que además, parece que es necesario perder para incorporarse plenamente a la sociedad, y conseguir la madurez personal.

Y es que la madurez se vincula al correcto desenvolvimiento social, conseguido sobre la base de que las experiencias vitales, permiten incorporar los recursos emocionales, y las aptitudes de lucha y de defensa necesarias, para afrontar las relaciones y situaciones que se presentan en la vida diaria.

De ahí que se postule que madurar implica superar esa inocencia, al ponerse de manifiesto que mantenerse inocente, es un requisito para ser objeto de engaño, de manipulación, de instrumentalización, o de mezquindad.

Porque en un sistema social basado en el ensalzamiento de la razón frente al corazón, madurar está asociado a la frialdad, al cálculo, al endurecimiento, a la protección, a la seguridad, o la competitividad; teniendo por el contrario connotaciones negativas, las actitudes basadas en la priorización o intervención de las emociones, por considerarse indicativas de fragilidad.

Se asocia así experiencia a madurez personal y a superación de la inocencia infantil, cuando en realidad, la madurez está estrechamente relacionada con la evolución interior, y con la conservación, o en su caso la recuperación, de la inocencia.

Y es que si bien es cierto que no se puede perder la noción de la realidad, y que en las interacciones humanas existen personas poco honestas, de doble faz o con dinámicas poco transparentes con las que es necesario saber interactuar, también lo es que existen múltiples formas de enfrentarse a esas relaciones, y que la elección determinará la forma de ser y por ende, de vivir.

Porque es cuestión de elección la forma de mirar lo que se ve, es cuestión de elección focalizar la atención en el orgullo, el recelo, el odio, el rencor, la desconfianza, o por el contrario en el perdón, la humildad, la generosidad, la ilusión, la empatía, o la fe en los demás.

Porque madurez social y personal pueden o no coincidir, pero no deben confundirse.

Y porque aprender y recordar, no son óbice para entender que el mundo está hecho de balances, y que la serenidad se haya dirigiendo la vida desde la inocencia, desde el corazón, desde la verdadera madurez personal.

Feliz día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Contador de visitas