Confiar en la vida



Pensaba hoy en la vida, no como período de tiempo entre el nacimiento y muerte, sino en la vida como camino de superación personal, y en como el ego de las personas pretende resistirse a ella imponiendo su voluntad, en lugar de escuchar y entender sus mensajes.

Y es que existe una lucha de fuerzas entre el ser humano, que se considera capaz de construir sólo su destino, y saber en cada momento lo que requiere y le resulta favorable, y la vida, que otorga no lo que se le pide sino lo que realmente, y aunque se desconozca o incluso se considere lo contario, se necesita para el crecimiento personal, para el desarrollo del verdadero potencial de cada uno.

Por eso no hay errores en la vida, sino lecciones, y ante la presencia de obstáculos, contratiempos, decisiones que causan sufrimiento, etc., el mensaje de la vida no es “se tiene lo que se merece”, sino “se tiene lo que se necesita para evolucionar”.

Esa es la esencia de la vida, cuya primera y básica enseñanza es la humildad, el domesticar con firmeza a la soberbia humana, colocando en la vida de cada uno aquellas circunstancias necesarias para que se reconozca su papel de maestra, y se desarrolle la actitud necesaria para el aprendizaje.

Desde ese punto de partida, cada dificultad tiene que ser vista como un examen cuya superación permite el acceso al siguiente nivel, por haberse adquirido la preparación necesaria.

Y en consecuencia cada nuevo reto conseguido redunda en la autosatisfacción, porque ésta radica en gran parte en conseguir desplegar todo el potencial.

De ahí que cuando frente a una lección de la vida, la persona se resiste a aprender, la lección se repite incansablemente, hasta que se capta cual es la actitud o la conducta que se espera de cada uno ante la situación planteada, hasta que se aprende.

Todo suceso tiene un porqué y toda adversidad sea personal, profesional o incluso espiritual, es necesaria para la expansión de la persona.

Es cuestión simplemente de cambiar la perspectiva, el punto de mira, la actitud vital.

Es cuestión de dejar de resistirse, de atenuar el ego, de fomentar la humildad, de volver la vista atrás y comprobar como cada fracaso ha contenido la semilla de algo mejor.

De adoptar una posición inteligente, mirar en el interior y detectar que tecla está queriendo la vida que se toque, de auto esculpirse siguiendo las directrices.

De entender que persistir en el estancamiento o radicalizar la resistencia al cambio pretendido por la vida, es perder el tiempo y la energía, porque la vida ni se rinde ni contempla rendiciones.

De entender que de la vida no se puede huir porque dispone de múltiples recursos, coincidencias, sincronías, recuerdos, impulsos...,  para colocar a las personas nuevamente ante la situación esquivada, y que cuando se cree haber encontrado un atajo, se la encuentra esperando al final del camino.

Es cuestión de confiar en la vida, y dejar de sufrir por intentar imponer la propia visión de cómo deben desarrollarse los hechos, para aceptarlos tal y como son, en la creencia de que son como deben ser para contribuir al desarrollo de las propias capacidades.

Es cuestión de cambiar la pregunta ¿porqué me pasa esto?, por ¿para qué me pasa esto?, y adoptar una posición colaboradora con la situación por el propio bien.

Es cuestión de mirar a la vida con agradecimiento, por colocar los obstáculos que necesitan superarse para llegar a ser feliz, por enseñar a perdonar, a amar, a olvidar, a luchar, y sobretodo por empeñarse tozudamente en mostrar hasta donde se puede llegar.

Porque la vida en muchas ocasiones cree más en cada uno que uno mismo, y aceptar eso es el inicio del entendimiento del sentido de la existencia.

Feliz día.

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