El rechazo



Pensaba hoy en el rechazo, y en la diferencia entre tenerle miedo o ser adicto a él.

El miedo al rechazo es un estado de alerta o angustia por la presencia de un peligro real o imaginario, es decir, ante una situación en la que se pueda ser rechazado.

Por el contrario la adicción al rechazo, supone una dependencia a esa sensación desagradable.

Existen básicamente dos tipos de rechazo: el activo, que suele expresarse en forma de ‘bullying’, y el pasivo, que consiste en aplicar la ignorancia y la indiferencia.

En ambos casos se genera una reacción de rabia, vergüenza o tristeza, y se desencadenan los miedos y las inseguridades.

Y también en ambos casos, el nivel de incidencia será directamente proporcional al propio reconocimiento o autovaloración de que se disponga.

Ahora bien la diferencia básica entre el miedo al rechazo y la adicción al mismo, radica en que en el primero se huye con una intención de protección, mientras que el segundo, se busca el rechazo aún sabiendo que implica destrucción, o precisamente por eso.

Esta adicción, que presenta los mismos síntomas que cualquier otra: pérdida de contacto con uno mismo, autodestrucción, caos físico y espiritual...,  se caracteriza porque las personas que la padecen suelen ser expertas en encontrar el rechazo de alguien o algo, sintiéndose atraídas por personas que, de una u otra forma, las van a rechazar o que no están siempre emocionalmente disponibles.

Porque en el fondo no están cómodas con su bienestar, motivo por el cual se auto sabotean como expresión de su convencimiento de que “no merecen”, de su baja autoestima.

Así ante una situación estable, les surge el impulso incontrolable de ser rechazados, por lo que despliegan todo su potencial para conseguirlo.

Y ello aunque tal y como puso de manifiesto Winch, las áreas cerebrales que se activan ante un rechazo, córtex somatosensorial e ínsula posterior dorsal,  son las mismas que las que se activan ante un dolor físico.

Pero combatir tanto el miedo como la adicción al rechazo es posible, y depende únicamente de una decisión personal.

Basta con reconocer la propia singularidad, y entender que el rechazo no es una responsabilidad propia sino de la persona que toma la decisión de rechazar, de reconocer el propio valor, de saber que el rechazo no es más que la opinión de una persona, no concediéndole el poder de la generalización ni por supuesto más valor que a la propia opinión.

Y es que la importancia de entender como funciona el rechazo en cada uno, radica en que como dijo Marie Curie, dejamos de temer aquello que se ha aprendido a entender.

Feliz día.

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