Quitarse la máscara



 
 
Pensaba hoy en cómo se espera con alegría la llegada del carnaval para adquirir, una vez al año y durante unas horas, una falsa apariencia, y en lo difícil que resulta para algunas personas no poder quitarse la máscara nunca.

Porque un disfraz no es más que un artificio, que se usa para desfigurar algo con el fin de que no sea conocido, es una forma de ocultar el verdadero “yo”.

Y puede utilizarse de forma jocosa y puntual, o para crear una identidad vital, ya sea por falta de aceptación de uno mismo, o por la satisfacción de disfrutar de unas actitudes que se considera socialmente reprobables.

Sociológicamente se ha acuñado el concepto de sociedad de "pensamiento único", es decir, sociedad con unos patrones de normalidad en la forma de pensar, de comportarse y de relacionarse establecidos, y considerados buenos o correctos.

Este hecho supone una importante presión social, en cuanto genera unas expectativas de comportamiento, al acatamiento de las cuales se condiciona la aceptación por parte de la comunidad.

Sin embargo este hecho no debe impedir expresar los verdaderos gustos y forma de ser, reconocer los propios valores y arriesgarse a ser uno mismo, por lo menos en el marco de las relaciones más significativas.

Porque llevar una máscara puede otorgar una falsa sensación de protección, pero en realidad encubre el sufrimiento derivado de la falta de aceptación de uno mismo, pudiendo llegar a provocar con el paso del tiempo el olvido de la propia esencia

Y el sentimiento de vergüenza no es excusa para permanecer en el anonimato, por una parte por la agresión que eso implica para uno mismo, y por otra por la imposibilidad de entablar relaciones gratas y saludables.

Esto es así porque las relaciones sólidas, dependen del entendimiento y el afecto que las personas que intervienen en la construcción del vínculo tienen la una de la otra, lo que implica ser honestos, incluso si dice lo que se sabe que no se desea escuchar.

Pero sobretodo porque ninguna relación puede cimentarse en la mentira, la manipulación y la consiguiente falta de confianza.

Y porque en el mejor de los supuestos, no existirá una base de egoísmo y de falta de respeto al otro, al emplearse esa falsa personalidad para poder compaginar una doble vida o una doble moral, sino que simplemente existirá una falta de autoestima.

En todo caso conviene no olvidar que lo que está en juego es la libertad de ser auténticos, y la satisfacción derivada de vivir una vida real.

Porque disfrazarse constituye una auto agresión y una siembra en un terreno estéril, ya que pretender una aceptación social aportando aportando una mentira, es estar abocado al fracaso.

Feliz día.

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