Y no en referencia a la acepción positiva del orgullo, en cuanto satisfacción personal experimentada por algo propio o relativo a uno mismo y que se considera valioso o digno de alabanza, sino a su también existente, acepción negativa.
El orgullo supone un exceso de confianza en uno mismo, que implica que todo lo que se hace, dice o piensa es perfecto, correcto y adecuado, es una creencia de infalibilidad, de la que se obtiene el placer legítimo que deriva de pensar que no hay nadie superior a uno mismo.
Asimismo el orgullo comporta una resistencia ante la corrección o la sugerencia, no soporta la contradicción, justifica errores y equivocaciones para proteger al Yo, no permite olvidar ofensas, exige vindicación, y es propio de un corazón duro y lleno de luchas y de resistencia, de un corazón con poco espacio para el amor.
Señala Carl Jung que en muchos casos, el orgullo esconde de manera inconsciente, ciertos hechos o sucesos que han generado algún tipo de inseguridad, ya sea debido a errores cometidos o a desprecios sufridos. De este modo, se utiliza el orgullo como escudo, para enmascarar el sentimiento de inferioridad, resaltando los propios logros y éxitos sobre los demás, para que no se descubran las debilidades.
Por el contrario la humildad es la virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades, en obrar de acuerdo con este conocimiento, no presumir de los logros, reconocer los fracasos, y estar dispuesta a escuchar y a aprender.
Por eso habría que encontrar el equilibrio entre el orgullo y la humildad, porque mientras se siga sembrando orgullo se seguirán cosechando pérdidas.
Feliz día.
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