Cambiar al otro



Pensaba hoy en el afán de muchas personas por cambiar a los demás, y en la historia del roble y la caña.

En la orilla de un río había un roble y una caña de bambú. 

Todos los días el roble le decía a la caña que debía ser fuerte como el y no doblarse cuando soplara el viento.

Una noche de tormenta en que el viento sopló muy fuerte, el roble amaneció partido por la mitad mientras que la cañita seguía meciéndose al sol.

Las creencias mantenidas sobre como ha de ser uno mismo y como han de ser los demás, expresadas mediante “debería”, “tendría”, “habría que”, “es necesario que”, “tiene que”, “absolutamente”, etc., no son más que percepciones de la realidad cuya rigidez produce esclavismo y falta de respeto hacia las creencias ajenas.

Y esto es así porque el cerebro necesita encasillar, ordenar, delimitar, y los matices dificultan esa tarea, siembran dudas, sitúan en una zona de incomodidad.

Pero las creencias son siempre relativas, dependen del ambiente familiar, social, cultural...; blindadas; "absolutamente ciertas"; rígidas, extremistas, y fuente de conflictos con los que no las comparten y cuya forma de pensar, en consecuencia, no se acepta al considerarla carente de certeza.

Aprender a romper los propios esquemas, realizar ajustes, ver las situaciones de diferentes formas, entender que los límites conceptuales son difusos y admiten multitud de alternativas válidas, permite una amplitud de miras que facilita el mantenimiento de los vínculos relacionales basados en la aceptación y el respeto.

Porque la flexibilidad abre la puerta a la felicidad, y porque como dijo Paul Watzlawick, "tienes toda la razón... desde tu punto de vista".

Feliz día.

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